TRAZOS DE INTRIGAS
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miércoles, 4 de septiembre de 2013

  

EL CONCEPTO DIOS 


   Estábamos mi padre y yo, hace algunos veranos, pasándonos unos días con el tío Flavio, quien vivía en Madrid desde mucho tiempo. Sucedió, en una de esas tardes relucientes, que sentados en un Bar-café en las cercanías de la Plaza Mayor nos tomábamos, mi tío y yo, algunos vasos de cerveza. Mi padre en cambio, mercancía en carne y hueso de su devoción religiosa, se limitaba a algún jugo de procedencia natural.

   
   Nos atendía, una joven y elegante camarera pelirroja que lucía una minifalda de esas que cortan la circulación. La muchacha mostraba con gratitud unas piernas endiabladas que podrían, por asi decirlo, voltear la vista del más fiel de los cristianos. La chica nos sonreía mucho, con excesiva alegría y un entusiasmo tan impropio, que si no me traicionan los recuerdos, juraría que uno de los tres le había caído bien.

    —Entonces, Flavio, viendo esa muchacha, de aspecto elegante, y con el mayor de los respetos que le guardo a mi Dios, ¿Me vas tú a decir que Dios no existe? —Dijo mi padre, tomando una postura erguida y una voz ronca como esa que usaba en las tantas predicas que impartía por toda la Republica Dominicana.

   Mi tío tomó un sorbo de cerveza, posó nuevamente el vaso sobre la mesa y tras una pausa se acomodó en la silla y me dijo dibujando una sonrisa:

— ¿Estás escuchando sobrino?, mi hermanito me está retando nuevamente con sus patrañas religiosas.

—Ya empezamos…—Dije yo entre dientes.



   Yo desde luego, estaba acostumbrado a sentirlos discutir por horas los orígenes del hombre, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué somos?, y un sinfín de argumentos donde los dos hombres, con teorías totalmente diferentes,  nunca se ponían de acuerdo.

—Bien, Justino. —Dijo mi tío a mi padre Entonces si basas la existencia de un dios, porque una joven es bonita y elegante, ¿qué me dices a mí de los que nacen con deformidades? O aquellos que nacen por así decirlo, horrorosamente feos, ¿también los ha creado dios?— Finalizó con ironía.

Dios es el dios de los misterios y se puede dar el lujo de hacer lo que le plazca. Indicó mi padre.

—Pues eso a mí me parece un acto arrogante. Agregó mi tío.

—¿Estás diciendo que Dios es arrogante?— Preguntó mi padre un tanto sofocado.

—Sí. Arrogante, cruel, malo, vengativo, un dios de odio y de mentiras. Si quieres puedo seguir proliferando calificativos al dios de tu religión. Respondió mi tío, llevándose otra vez el vaso a la boca.


—Que Dios te perdone hermano, no sabes lo que dices. Agregó mi padre sacudiendo de forma lenta la cabeza.

—Si quieres te demuestro con base y detalles, el porqué de mis calificaciones a tu dios. Pero antes tendrás tú que demostrarme su existencia. Sugirió nuevamente mi tío sacando entonces una cajetilla de cigarrillos de su chaqueta.

—Sé que no voy a convencerte, porque estas totalmente cerrado a entender la verdad. La verdad es Cristo. Dice la biblia, es la verdad, el camino y la vida, y que nadie en este mundo llega al padre, sino por medio a él. Mira a tu alrededor, los arboles, y el agua del mar que no llega a salirse de sus corrientes.  Dice en  Proverbios quince tres: “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos”.  Lo que en su totalidad prueba la omnipresencia de Jehová. Te daré más razones: si todo efecto, es provocado por una causa anterior, entonces la causa primordial es Dios. Observa,   Continuó mi padre inclinándose hacia delante si caminas por la playa y te encuentras un reloj, ¿pensarías que su creación fue obra de la casualidad o del movimiento de las olas? Aquí hizo mi padre una pausa y se alegró plácidamente, para luego culminar su pequeño discurso diciendo  La existencia del reloj es prueba que un relojero fue el autor del mecanismo, aunque no podamos verlo.




—¿Has visto a dios? ¿Te ha hablado?—. Dijo mi tío saboreando el cigarrillo y lanzando por la boca una bola de humo que se desvaneció en el aire.

—Hablo con el todos los días. A todas horas. Y justo en este momento me está diciendo que te arrepientas de tus pecados. Proclamó mi padre.

—¿Cómo lo sabes?. Indagó nuevamente mi tío.

—Porque escucho siempre su voz. Contestó mi padre.

—Sobrino, —Dijo mi tío mirándome de reojo— debes llevar tu padre tan pronto como puedas a un doctor.

  Reí, lo mismo hizo mi tío. Mi padre en cambio, tomó una actitud de seriedad en su rostro y dijo:

—Te digo que Dios habla con sus hijos, Jehová hace milagros y perdona los pecados, en especial la gente con el corazón como el tuyo. Añadió irónicamente mi padre y por esta vez, sonriendo él.




—Mi corazón bombea sangre, igual que el tuyo. No sé si estas insinuando que mi corazón piensa por sí solo. Según planteas, dices que dios habla con sus hijos, que escuchas su voz, imagino que por fe. Pues basándome en los mismos argumentos, te diré lo siguiente: Darth Vader, me habló esta mañana y me pidió que si te unes al lado oscuro nos regalará muchos unicornios. ¿Le creerías entonces a mi amigo imaginario?

—Ese es un argumento fuera de base, a Dios no le puedes comparar con seres ficticios. Dice la palabra en apocalipsis uno ocho: Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

—Si es todopoderoso, ¿por qué no acaba de una buena vez con el hambre y la miseria? ¿O no puede o no quiere?— Inquirió mi tío Flavio.

—Dice la biblia que todo a su tiempo. Defendió mi padre.

—¿Entonces te parece bien que muera gente inocente de hambre y en las guerras?


—No es que me parezca bien. —Contestó mi padre. Dios tendrá sus propósitos. Agregó.

—Pues según tengo por entendido, dejar que la gente muera, pudiendo ayudarle, es un acto de maldad y egoísmo, pero sobretodo carente de benevolencia.

—¿Cómo puedes decir que Dios carece de benevolencia? Es una locura afirmar eso. ¡Y mas sabiendo que estás vivo por su gracia y su misericordia!— Exclamó mi padre.
                                                           
—¡Ah claro! Tanta misericordia como la que tuvo con los niños inocentes de Sodoma y Gomorra, los niños que perecieron durante el diluvio y los primogénitos egipcios durante el éxodo de Israel. Sinceramente tu dios es un asesino en serie de infantes.

  Mientras se me escapaba una carcajada, dada la ironía de mi tío, mi padre me lanzó una mirada de desacuerdo. Después miró a Flavio y sacudiendo la cabeza le dijo:

Hermano mío, cada día estas más loco. Que Dios te perdone.

 Flavio sonrió, estrujó la colilla del cigarrillo en el cenicero y llamó a la camarera para pagar la cuenta.

—Disculpe joven, Dijo mi tío refiriéndose a la muchacha ¿puedo hacerle una pregunta?

—Si claro—. Contestó tímidamente la muchacha y arreglándose el pelo.

—Ya que me parece usted alguien que puede deducir con cierta profundidad y seriedad, y sobre todo de manera inteligente, ¿Cree usted en un dios?

   La muchacha creyéndose las exageraciones de mi tío, sonrió, se haló hacia abajo la falda, se arregló el pelo y soltó:

         Yo... Pues…yo… bueno… gracias a Dios soy atea.

viernes, 2 de agosto de 2013

Sobre Sankies y Vampiros


D
espués de ver y vivirlo en carne propia, he determinado una verdad universal, que por lo mucho es ignorada: El Sankie Pankie no tiene hora y es un vampiro, un malvado vampiro al acecho de su sangre, su visa o sus remesas.
Esta es la aventura inminente con mis dos amigos a quienes llamaré: Porthos y Aramis.

   “Yo, D'Artagnan, hombre laborioso y de pulcritud intachable, convoco a los Dioses del Sankeo para que esta noche, salgamos sanos y salvos sin ser vistos de este hotel de nombre…”

         Deja de hablar mierda y cerremos la discoteca. Interrumpió mi imitación de los mosqueteros mi amigo y compañero de sonido, Porthos.
   —Este es el plan, continuó Porthos. Las tres canadienses ya saben la hora que cierra la discoteca y nos están esperando, cerca de la recepción. Añadió.
    Entiendo, en diez minutos apago la música, nos cambiamos estos harapos  y zarpamos de aquí.  Propuse.

      Sucedidos al cierre de la discoteca, Porthos y yo nos colábamos sigilosamente entre las penumbras del alojamiento, evitando atentamente la seguridad nocturna. Nos posamos a esperar al taxista, “Leo”, quien ya venía de camino. Leo se había ganado el apodo no menos intencional de “El taxista de los Sankies”, sin poner en duda que de momentos hacia las veces de taxista turístico con aquellos que quisiesen visitar o conocer la ciudad.

    Al cabo de 20 minutos, que por mucho me parecieron mas, a pocos metros distinguí las siluetas de las tres canadienses, y válgame Dios que la cosa iba en serio, y bastante serio, sus formas a lo lejos me preocupaban, eran tres gorditas de no menos de 250 libras cada una. Y fue en ese momento -de por si tardío- cuando pensé que durante el día habría de estar lo suficientemente embriagado para no rechazar de buenas a primeras una aventura de semejante grosor. Chasqueé mi lengua arrepentido, y Porthos notó mi decepción.
Recreación de las doncellas
                           Diablo men, son gordas. Solté.
                     Gordas no, son tanques de guerra. Corrigió Porthos negando con la cabeza de lado a lado.
                  Bueno ya estamos aquí, busquemos limones y comámonos la grasa. Improvisé.
                  Mira ya viene Leo en la guagua. Declaró Porthos sin prestarle atención a mi poco sentido del humor.

  Leo subió a las tres chicas en la entrada del Lobby. Noté como los neumáticos del minibús se contraían y el vehículo intentaba hundirse en la tierra. Nuestro capitán maniobró como Dios lo ayudó y se estacionó próximo a nosotros en unas sombras que pasaban a la luz de las lámparas. Porthos y yo nos filtramos a duras penas hasta llegar al taxi. Dentro nos mezclamos como pudimos y al poco tiempo el vehículo de por si sobrecargado, apuntaba en la carretera camino a la ciudad.
     Sin perder tiempo, prendí de una de las doncellas y me desbordé en caricias y besos, Porthos imitó mi temerosa hazaña y su compañera le correspondió. Recordé de pronto que eran tres mujeres, “que tonto soy”, pensé. “Como coños se me puede pasar algo así, algo tan grande como eso, bueno, como esa”. Concluí.
     Miré a Leo por el retrovisor y él me devolvió la mirada. Le ofrecí una sonrisa conspiratoria y señalé con mis labios a la gorda restante.
         Leo, tú vienes con nosotros, cierto. Le propuse.
       Bueno…yo...yo…es que fíjate…tengo que pasar a buscar una gente que sale tarde de un bar…Titubeó Leo.

    Me figuré que iba a ser imposible convencerlo, así que tenía que pensar en algo rápido para evitar consecuencias nefastas. Recuerdo pues, que más por intuición que por arte de magia, me llegó el nombre de un amigo animador que estaba desempleado y que para suerte mía (y de Porthos) se encontraba viviendo en la ciudad que estaríamos por visitar. Decidido a salvar la noche tomé del celular y lo llamé.
        Aramis, soy yo, D'Artagnan ¿estabas durmiendo? Pregunté.
 —   ¿Muchacho tu a esta hora? Bueno no durmiendo, pero casi estaba en eso… Contestó Aramis sorprendido.

      —Disculpa de verdad la imprudencia. Interrumpí. Escúchame bien, vamos ahora mismo camino a la ciudad, Porthos,  tres mujeres y yo. Puntualicé.
        Tres mujeres, o sea que sobra una.
        Tú lo has dicho. Confirmé.
         ¿Y la tipa, está buena? Preguntó Aramis, escéptico.
        Buenísima. Mentí.

    Recogimos a Aramis en su casa y vaya que habría que verle la cara de desilusión y desencanto cuando subió al minibús. Al ver a las gorditas, le fingió como pudo una sonrisa, a mí, sin embargo me ofreció una mirada asesina. Se sentó al lado de la más gorda de las tres, aquella que habíamos dejado para él, o más bien, aquella que ni Porthos ni yo, y en última instancia Leo, nos atrevimos a conquistar.

     Llegamos a una discoteca, por aquel entonces popular, y antes de despedirnos de Leo, me le acerqué con aire confidencial y le susurré:

        Ven a buscarnos en una hora, no pienso coger mucha lucha.
       Sí, pero la próxima vez  se las buscan más flacas, o no me llaman, ustedes me van a romper la guagua coñazo.

     Entramos a la discoteca y las miradas burlonas y murmullos no se hicieron esperar. Puedo asegurar que escuché a mis espaldas la palabra “Sankie Pankie unas 73 veces. Mi obsesión era tan grande que juro que conté las veces que nos proliferaron aquel calificativo.
     Tomamos de forma estratégica, una esquinita con poca luz que le hacía cara a la pista. Me moví al bar, ordené seis cervezas pequeñas y la distribuí entre el grupo. Al darme el primer trago, ya desconcentrado en las miradillas de los curiosos, pude, por primera vez, escuchar la música, que ensordecedora en su esencia me aturdía el alma y succionaba mis paciencias. El reggaetón que sonaba me trajo un aliento de miedo y vergüenza.

    “Quiera Dios y el DJ no vaya a sonar después de eso el maldito Dembow de las gordas. Trágame Madre tierra si suena eso”. Pensé para mis adentros.

      Pero el diablo, que vive al acecho de las circunstancias, se apoderó del alma guasona del DJ y tras una pequeña pausa musical se escuchó claramente la frase:
“Para todas las gordas que le gusta chingar…”

        Era lo que faltaba. Anunció Porthos.

    Asentí cabizbajo y alcoholizado de verguenza. Pero justo cuando me preparaba para darle la espalda a la gente, sentí la mano de Aramis en el hombro.  Me detuvo y me precisó con orgullo:

     Bailémoslo y demostrémosle a la gente que no nos importa lo que piensen de nosotros.
       Es verdad coño, a la mierda la gente. Agregó Porthos.

 Me aferré como pude a mi gorda e intenté abrazarla, pero la empresa se me hizo imposible. El diámetro de aquella fémina superaba en creces la largura de mis brazos. Mimifiqué un par de pasos que había embotellado en los barrios de mi ciudad y me vacilé la música, al DJ, y a la gente, que atónita miraban esos tres tipos, cuyo parecido con tres borrachos abrazados a sus tanquetas cerveceras era casi idéntico.
En tal momento, pensé y dije:
“Mierda, soy un vampiro en búsqueda de sangre, visa y remesas”.