TRAZOS DE INTRIGAS
expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>

domingo, 19 de agosto de 2012


 EL VUELO



El indígena me invitó una bocanada y propiamente acepté.

  Los párpados se me hicieron más pesados y caí languidecido al firmamento húmedo. Me desprendí de mi cuerpo y salí de entre la arboleada que nos cubría, al fondo me observé dormir, y al parecer era placentero aquello que mi cuerpo sentía, mas no yo.

  Me desplacé mas arriba y advertí las colinas que se manchaban el pico de blanco. Vi como algunas aves volaban delicadamente al compás, sin perder el ritmo aleteaban formando una coreografía digna de Broadway. Me detuve sobre un poblado de pequeñas chozas que se sumergían entre la selva. Descendí unos metros para visualizar una acción en especial que llamó mi atención.

   Un hombre realizaba a lo que a mi parecer era un ritual de tradición, en aquel momento desconocida. El individuo portaba en la cabeza un ramal de hojas alargadas de algún árbol del cual no tenía conocimiento, con las manos hacía señales forma de reverencias. Descendí un poco más, para visualizar aquella actualización de la que el sujeto ponía mayor empeño. Me acerqué hasta tal punto del que pensé podría ser visto, pero el hombre no notó mi presencia fantasmal y continuó con el atractivo rito.
  De su boca comenzó a descender en forma espumante un líquido viscoso y se lanzó a dar vueltas al suelo al momento que tiraba al aire alaridos que a mi juicio se mezclaban entre el dolor y el placer. Tuve la certeza de que el hombre podría morir allí, y no sé porque pensé que me parecía formidable presenciar morbosamente su escape del mundo carnal.

  Dejó de moverse y se detuvo al lado de un grupo de rocas apiladas que formaban extrañas figuras geométricas. Tardó unos minutos en incorporarse y cuando lo hizo noté que su rostro, y su cuerpo habían cambiado. Absurdamente para mi sorpresa, su apariencia no era la misma, sus ojos brillaban más de lo normal y extrañamente de sus labios se colaban dos colmillos blancos y afilados, sus uñas eran ahora largas, mas de lo normal y los músculos le habían crecido de manera exagerada. Mis cálculos en ese momento sólo me dejaron entrever que se trataba del GUYO, un animal feroz que atacaba los indígenas de aquel entonces, cada seis meses. El mismo según relatos que pude rescatar del boca a boca, describían una bestia con forma humana y que se alimentaban de humanos o de los animales de los pobladores de allí.


 Cerré los ojos e hice un esfuerzo por reincorporarme a mi hábitat. Tardé algunos minutos en descender a mi cuerpo que yacía tendido en la misma humedad, me induje a mi traje de carne y hueso y cuando volví en sí, el viejo chaman me sonreía. Hice lo propio y nos terminamos el resto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario